domingo, 16 de octubre de 2011

Entonces los lobos comenzaron a
vomitar. Sus laringes raspadas
por las aristas perfectas de un
centenar de diamantes. Entre las
cortezas caídas del bosque y el
moho blanco de mi herida comenzaron
a caer las verdaderas piedras.
Les preguntaba si podía hacer algo
para detener la infección. Pero
ellos negaban con fascinación y me
agradecían el espectáculo que me
estaban ofrendando.

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